Te levantas un día y piensas: ¡ya estuvo bueno! tengo que hacer algo por mi salud y por mi persona. Decides ponerte a correr. Te enfrentas a tu peor enemigo: tú mismo, a tus amigos que te invitan a desvelarte y emborracharte, a comer poco sano, a tu familia que dice que algo te puede pasar, a tu propio orgullo.
Te enfrentas al clima, al calor, a la lluvia, al frío, al sol, a la tierra, a las cacas de perros que malos dueños no quisieron recoger. A cambiar tus tenis de toda la vida por unos de tecnología para correr que alguien te ha recomendado.
Te subes a la banda y te desesperas, lo dejas. Te vas a alguna pista cercana (o lejana) a tu casa y le empiezas a encontrar el gusto. Te inscribes a una carrera, algo sencillo, 5 kilómetros.
El día de la carrera estás nervioso o nerviosa, te preocupas. Ves mucha personas que se ven que llevan años corriendo. No te das por vencido o vencida y decides prepararte antes de la línea de salida. Seguiste las indicaciones, tomaste mucha agua el día anterior, cena rica en carbohidratos, pero ligera, desayuno muy ligero y más agua.
Empieza la carrera y, honestamente, te sientes un poco raro. A lo mejor pones tu playlist "pa' correr", a lo mejor no. Empiezas, cruzas la línea de salida y respiras profundo. Ya no hay vuelta de hoja, te detendrás dentro de cinco mil metros, no tienes idea si será en una hora o en media, pero sabes que ya no te vas a detener.
4,995 metros después estás sonriendo, ¡estás por terminar tu primera carrera! Levantas los brazos, aceleras un poco tu paso, sonríes más, volteas a todos lados, ves a tu familia en la meta o un poco más adelante, es probable que un poco antes. Oyes aplausos, gritos, vítores. ¡terminas tu primera carrera!
La experiencia te gusta ¡y mucho! Decides continuar el entrenamiento.
Vienen más carreras de 5 kms. Compras más tenis de los que habías comprado en toda tu vida. Dejas la comida chatarra (casi por completo). Te inscribes a una de 10 y es casi igual de fácil. Vienen más de 10 y más de 5 y de repente piensas: ¡Tengo que correr un maratón! Investigas. Te inscribes al primer "medio" de tu ciudad. Escuchas a gente en el gimnasio que te aconseja, o que te impulsa. Lo corres y sabes que te tienes que entrenar más para poder correr uno de los grandes, para poder CLA-SI-FI-CAR.
¿Chicago? ¿Ciudad de México? ¿Madrid? ¿Boston? ¿Los Ángeles? Las posibilidades son infinitas y decides ir poco a poco y sin dejar de correr. ¡No olvidas como empezaste esa carrera de 5K hace algunos años!
Llega el día, en que vuelas a esa hermosa ciudad en Estados Unidos. Te has preparado muy bien y sabes que harás un gran papel: ¡terminarlo!
Tu familia te acompaña. Suena el disparo y empiezan los gritos y la emoción. Vuelan papelitos, se oye música, aplausos, porras en muchos idiomas. Estás a más de 42 mil metros de terminar... pero cada vez es menos.
De repente, algo sale mucho más mal de lo que podías imaginarte. Una bomba, luego otra. Gritos, sirenas, muerte. ¿Y mi familia? ¿Dónde está mi hijo o mi sobrino o mi nieto o mi ahijado o mi hijastro o mi primo con el que iba a cruzar la meta? ¿Dónde está la meta? ¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? ¿