martes, 16 de noviembre de 2010

MicroCuento

El grito, por tanto tiempo ahogado, reprimido, castrado, se escuchó con fuerza.

Sabía perfectamente a lo que se estaba enfrentando, sentía su fuerza, su capacidad, su entropia que, presumiblemente, por encontrarse con los vientos que él traía (de tiempo, de mucho tiempo) bajo las alas entumidas, frías; crecía y la liberaba.

- Produce relámpagos entre las nubes. Rompe el silencio con tu trueno, acabalo todo. Que tanto el viento como tu lluvia sea el final y el origen. Arranca de un golpe todo lo que queda en mi, rompe mi letargo, ¡déjame perderme! - gritó ahora que empezaba a sentirla cerca, dentro, alrededor. - Avanza firme, constante, implacable... aquí estoy yo, desnudo, de frente al huracán, sin miedo... las alas... ¡mis alas!

Entendió su fuerza y con una sonrisa de lado, tatuada, perenne, constante, histórica; abrió las alas y se perdió en el abrazo que postergaron por mucho tiempo y que ella le regaló con la sonrisa reflejada, en espejo, tatuada, perenne, constante, de promesa.

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