No podía estar quieto, y no podía dejar de estar inquieto. Todo giraba en torno a un dispositivo, la puerta virtual entre su realidad actual y nuevas opciones. Pero nada pasaba e incluso los minutos parecían ser más largos. El único sonido que retumbaba en esa casa era su respiración, el tic tac del viejo reloj en la pared y sus pies que se arrastraban sobre la duela.
Una llamada, sólo esperaba una llamada.
Miró una y otra vez si el teléfono estaba bien colgado, si su PDA estaba encendido, si su celular tenía pila. ¡Todo en orden! ¿Por qué carajos no llegaba esa llamada?
Decidió sentarse y ocupar su mente en otras cosas. Pensó en una playa y se sintió feliz; se concentró en ese pensamiento y empezó a recibir olores, ruidos marinos. Sintió la brisa del mar que mojaba con diminutas gotas su cara y con esa sensación se metió a su mar imaginado.
Le encontraron varios días después, la boca abierta y los ojos desorbitados. Hipotermia, decía el parte médico. Pero yo sé que no fue eso.
Le encontraron varios días después, la boca abierta, los ojos desorbitados el pelo enredado y los labios azules. Tenía algas marinas entre los dedos crispados, pequeñas mordidas en los brazos desnudos, en las piernas. La ropa era jirones y nada más. Tenía arena en las uñas de los pies...
Y su celular marcaba siete llamadas perdidas. Todas del mismo número.
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