martes, 5 de enero de 2010

Llamada perdida

Caminó de manera aleatoria, parecía ir hacia la ventana pero con el siguiente pasó se encaminó hacia la puerta, luego al closet, hacia la tele, la sala, la mesa, un buró, la pared, nuevamente la ventana, el rincón de la ropa, la puerta otra vez, la cama... interminablemente.

No podía estar quieto, y no podía dejar de estar inquieto. Todo giraba en torno a un dispositivo, la puerta virtual entre su realidad actual y nuevas opciones. Pero nada pasaba e incluso los minutos parecían ser más largos. El único sonido que retumbaba en esa casa era su respiración, el tic tac del viejo reloj en la pared y sus pies que se arrastraban sobre la duela.

Una llamada, sólo esperaba una llamada.

Miró una y otra vez si el teléfono estaba bien colgado, si su PDA estaba encendido, si su celular tenía pila. ¡Todo en orden! ¿Por qué carajos no llegaba esa llamada?

Decidió sentarse y ocupar su mente en otras cosas. Pensó en una playa y se sintió feliz; se concentró en ese pensamiento y empezó a recibir olores, ruidos marinos. Sintió la brisa del mar que mojaba con diminutas gotas su cara y con esa sensación se metió a su mar imaginado.

Le encontraron varios días después, la boca abierta y los ojos desorbitados. Hipotermia, decía el parte médico. Pero yo sé que no fue eso.

Le encontraron varios días después, la boca abierta, los ojos desorbitados el pelo enredado y los labios azules. Tenía algas marinas entre los dedos crispados, pequeñas mordidas en los brazos desnudos, en las piernas. La ropa era jirones y nada más. Tenía arena en las uñas de los pies...

Y su celular marcaba siete llamadas perdidas. Todas del mismo número.

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